La persistente relevancia estratégica del gas | Joan Batalla, presidente de Sedigas



Hace un año, con motivo de la reunión anual, escribía este editorial para Gas Actual haciendo referencia a un contexto marcado por la crisis del coronavirus y la recuperación de nuestra economía tras la pandemia con la aportación de los fondos europeos Next Generation. Recordaba en ese momento cómo los gases renovables, y los proyectos para su desarrollo, eran el gran aliado para la transición ecológica y la descarbonización.

Han pasado doce meses y un conflicto bélico sacude en Europa. La injustificada invasión rusa de Ucrania ha alterado por completo el funcionamiento de los mercados, evidenciando los riesgos de una excesiva dependencia de un único suministrador, totalmente incompatible además con los valores y aspiraciones de la UE de transitar hacia un modelo más estable, sostenible y soberano.

Es urgente diversificar las fuentes y el origen de los aprovisionamientos para garantizar la seguridad energética, devolver certidumbre al mercado y mitigar la excesiva volatilidad actual. La maquinaria normativa, tanto nacional como europea, funciona a máxima velocidad en los últimos meses para hacerlo posible y es importante hacer un llamamiento a las instituciones para trabajar de forma colaborativa y coordinada con el conjunto del sector energético y la industria gasista en particular porque el reto es mayúsculo.

En este nuevo escenario extraordinario (de la pandemia a la guerra), un elemento se mantiene inamovible e incluso se ha hecho más evidente: el papel estratégico del gas, no solo para la descarbonización, sino también para garantizar nuestra seguridad de suministro energético.

Desde Bruselas llegan señales inequívocas. El REPowerEU reconoce la relevancia del gas y, ante la intención de reducir (y a ser posible eliminar) la dependencia de Rusia, se busca ampliar las importaciones de GNL, diversificar proveedores y elevar los niveles de reservas necesarios para afrontar con garantías el próximo invierno.

Por otra parte, la Comisión Europea, consciente de esas necesidades, ha dado un impulso expreso a los gases de origen renovable al marcarse un objetivo de producción de biometano de 35 bcm para 2030. Lo hemos dicho reiteradamente: si la estrategia de diversificación y resiliencia energética de la UE pasa, entre otras, por cubrir alrededor del 8,5% de su demanda con biometano, nuestro país no puede desaprovechar su enorme potencial.

El tejido productivo está preparado; las infraestructuras para transportarlo existen y por ellas ya pueden circular gases renovables de forma eficiente en costes -aunque necesitan ser ampliadas, especialmente en su interconexión con Europa-; el grado de madurez tecnológica en la cadena de valor del biogás es elevado… ¿a qué esperamos?

Somos uno de los tres países europeos con mayor potencial para la producción de biometano y podemos convertirnos en hub europeo, pero para hacerlo realidad urge contar con un marco normativo que aporte seguridad y certidumbre a la inversión y que esté dotado de la suficiente ambición.

Es en este punto donde nos llegan señales mixtas. La Hoja de Ruta del Biogás, aprobada el pasado mes de marzo, es un primer paso en la dirección correcta. Pero sus objetivos son reducidos y no están alineados con nuestra potencialidad. España puede llegar a producir hasta 137 TWh en gases de origen renovable. A la vista de esta fortaleza, el objetivo de 10,41 TWh de biogás y biometano inyectado en la red en 2030 (representativo de apenas un 1,5% de biometano de la demanda gasista) es fácilmente superable. Debemos elevarlo hasta un mínimo del 10%, tal y como se han propuesto otros países de nuestro entorno.

Mucho ha sucedido en los últimos meses y la previsión a corto plazo apunta a que nos seguiremos moviendo en un entorno cambiante e inestable. Pero no hay que perder el foco en el medio y largo plazo. Desde SEDIGAS vamos a seguir trabajando para que, más allá de la excepcionalidad del momento, no se pierda de vista la relevancia estratégica del gas en un horizonte no tan inmediato.